martes, 2 de octubre de 2012

Crónica 4


ELLA, LA QUE TRASCIENDE AL ALMA
Por: Patricia Figueroa

Existe una conexión entre este mundo y un mundo imaginario; entre un lugar donde los objetos son materiales y otro donde cada una de las cosas se va formando y deformando al instante. Ese es el ambiente que se vive entre el hombre y la música; es una relación que se experimenta a través de los sentidos y que se intensifica cuando se tiene el contacto con un objeto mágico que puede reproducir, transportar o evocar emociones, sentimientos, olores o momentos. Es una relación casi mística; la música como creación imaginaria, no puede ser tangible ni visible, solo audible y perceptible por los sentidos del alma.

¿Cómo se conoce en la vida que se quiere ser músico? Buena pregunta, me responde él: -Creo que todo nace de la nada, es decir, viene ahí con uno, como un bichito que poco a poco se va manifestando. Luego de que descubres que esa es tu pasión ya no puedes pararlo, todo debe y exige girar alrededor de ella, de la música-. Esta respuesta proviene de un joven llamado David Hernández que desde los doce años descubrió por accidente su pasión por el piano. A su pueblo natal llegaron unos jóvenes que ofrecían unos cursos de diferentes instrumentos y su madre decidió inscribirlos a él y a su hermano. –Yo elegí el piano porque en casa de mi nona había un viejo PSR77, que ya “murió”, y sería el instrumento con que podría practicar lo que en ese momento era mi “desparche”-. Lo que no sabía era lo que ella empezaría a hacer en su interior, a proporcionarle una “plenitud” que no había encontrado en ninguna otra cosa.

De frente, ante su profesor de piano, se encontró por primera vez David en aquella época y con una mirada profunda se atrevió a preguntarle: -Profe, ¿será que yo puedo aprender a tocar?-. Su profesor lo observó fijamente y con ojos seguros le dijo -¡Sí!-, aunque su interior estaba siendo invadido por una extraña voz que le decía a gritos: “él es un RETO”. Vaya que lo era, la mano izquierda de David no había tenido la misma suerte que la derecha. Mientras estuvo dentro del vientre de su madre, él estuvo recostado la mayor parte del tiempo sobre esa mano y no permitió que se desarrollara con normalidad. Cuando nació su pequeña extremidad no traía los dedos completos, solo el pulgar traía una de las coyunturas, el resto no era más que asomos de piel y musculo blando.

Ante esta situación, sus padres nunca lo vieron como un discapacitado, al contrario, siendo el mayor de sus cuatro hermanos debía lavar losa, barrer, trapear  y ayudar en lo que pudiera al igual que todos los demás. Aunque en ocasiones sus compañeros de colegio intentaron acomplejarlo, esa etapa fue superada gracias a la ayuda de su familia que veía para él un gran futuro. -Por algo he venido así al mundo, no me quejo, creo que esto es una ventaja, esto es algo que me impulsa cada vez más a cumplir mis sueños-, dice David mientras observa fijamente las teclas blancas y negras que se despliegas frente a sus ojos.

El proceso de aprendizaje no fue lento como todos lo pensaban, simplemente se omitieron algunas formas que toma la mano izquierda en el piano, pero en el momento de la evaluación, David no tenía ningún “privilegio”. Desde ese momento, la música se convirtió en su forma de vida, en la única que podía llenar todas sus expectativas, las físicas y las del alma, la única que podía hacerlo sentir completo, pleno y sin ninguna discapacidad.

Hoy, la gente se asombra al ver y oír tocar a David: -Yo veo en la cara de las personas cuando me ven que tienen como ganas de preguntarme qué me pasó o cómo lo hago, muchos se animan, otros simplemente se quedan con la duda-. Y no es para menos, es inevitable impresionarse al ver cómo todas esas notas antes muertas toman vida sin que haga falta una de ellas; cada una espera en el orden asignado para aparecer y desaparecer dentro de un molde imaginario. Es asombroso cómo cada uno de los bajos que deben ser tocados por la mano izquierda no están ausentes, sino que armonizan presionados por dos mini-dedos que acompañan sin reparo los agudos de la otra mano.

La música llena el cuarto en que estamos, es como una presencia celestial, de esas que solo se perciben por el olfato sin olerla, se ven cubriéndolo todo sin observarla, se sienten atravesar tu piel y tu ser sin explicación humana. El cuerpo y más específicamente en este caso, las manos, son las que permiten esta conexión. Es admirable la forma en que se pueden tocar las fibras más internas del ser, incluso, las fibras del alma, a través del contacto corporal con un objeto inanimado. David ha aprendido a llegar a muchos de esos rincones escondidos de los demás pero también de su propio ser, quien le exige cada día aferrarse a ella, como dadora de parte de su felicidad e integridad.