jueves, 16 de agosto de 2012

Crónica 3

EN POS DE LA MÚSICA 

Por: Claudia Patricia Figueroa Ch. 


Edward Fernando Villarreal, veintiún años, estudiante de primer nivel de licenciatura en música en la Universidad Industrial de Santander.  Esta es la realidad básica de un gran amigo de mi infancia. Ambos procedemos de un pueblito cálido de Santander: Sabana de Torres. Hoy, en mi séptimo semestre de licenciatura en español y literatura puedo verme en él como aquel día que decidí venir sola a estudiar, sin conocer nada ni a nadie, solo buscando realizar mi sueño. La música está en sus venas, creo que ese es uno de los lazos más fuertes que unen nuestra amistad, y es en pos de ella que Edward ha decido separarse de la comodidad de su hogar, de la calidez de una comida hecha por mamá, de la cercanía en que se vive en el pueblo con los demás. Él, es el hijo mayor de dos hermanos hombres. Antes de venirse a estudiar música profesionalmente ya había hecho una carrera técnica en logística y distribución y se había preocupado por aprender a tocar piano y bajo de la mejor manera; esto como forma de aprovechar el tiempo mientras comenzaba el cumplimiento de su verdadero ideal de vida.  

Sin embargo, las cosas al llegar a la ciudad bonita no han sido fáciles. Sus padres, frente a la situación de incertidumbre permanente que vive la UIS, no están muy de acuerdo en que él invierta cinco años o más en una carrera que al fin y al cabo no le generará muchos ingresos. – Es muy chistoso, mi mamá siempre había dicho que escogiera estudiar lo que yo quisiera, que eso era lo importante y cuando le dije que quería estudiar música en la Uis casi le da un paro – me dice con una carcajada en su garganta a punto de estallar. Luego, con un tono más reflexivo, me dice – Ella quería que yo fuera ingeniero. Así es, para la mayoría de nosotros, los estudiantes de licenciatura, no es fácil hacer lo que hacemos, no es la carrera más apetecida por las personas que aspiran ser ricos algún día, pues lo que se requiere para transitar este camino es la verdadera convicción de lo que se desea hacer en la vida y no dejarse amedrentar por lo que la sociedad colombiana ha impuesto como más “digno”.

Allí, sentada frente a él, con mi cámara en mano, veo sus ojos apagados, su rostro cansado, son las ocho y media de la noche de un día que para él aún no termina. – Normalmente un día para mí empieza a las cuatro y cuarenta de la mañana, gracias a la grandiosa idea de las clases a las seis. Me levanto, me pego un baño, me preparo y me voy a coger el metrolínea para viajar durante meeeedia hora hacia la universidad -. El rigor del sueño pesa sobre sus párpados y cede ante la petición de ser cerrados.

A su llegada a la Uis es curioso pensar en la coincidencia de tantas vidas en una entrada, así, cerca de las seis de la mañana se agolpan los estudiantes para acceder a la universidad entre los cuales se encuentra Edward. Toda su mañana se encuentra copada de clases y al asomarse el medio día corre para tratar de obtener un combo saludable. ¿Por qué combo? – Porque es más económico y no hace daño – me dice mientras se acomoda en el sillón en el que se encuentra sentado.

Al continuar con el recuento de su día, él me lleva al momento de su descanso, de doce y treinta a tres de la tarde. Realmente lo que ocurre en ese lapso no es lo que se esperaría que pasara, es el momento del contacto con su instrumento, ya que, por las cosas de la vida, no pudo entrar directamente a piano, debe practicar más disciplinadamente en el que le fue asignado, contrabajo. No conozco hombre más disciplinado en la música que él; recuerdo que mientras mis amigos y yo salíamos de alguna parte en que estábamos reunidos y por casualidad pasábamos por su casa, siempre se escuchaba un piano que se interrumpía de tajo y volvía a iniciar. No había once de la noche que por la carrera doce no se escuchara ese piano que algún día dejó de sonar cortadamente. Más que su talento, es su disciplina; por eso no se pueden desperdiciar horas valiosas del día, porque ya se aproxima el momento de partida hacia lo que por su esfuerzo y dedicación ha conseguido como ayuda económica, un trabajo en un instituto, donde es profesor de música. – Para mí es muy bacano estar dando ya clases de música, como usted sabe, esto era lo que yo quería y vea, antes de tener mi cartón ya soy profesor. No obstante, este no es su única fuente de ingresos, antes de venirse a estudiar, había trabajado en una empresa de petróleos en la que ganó para pagar su matrícula y para comprar algunas “chucherías” para mujeres, como las llama él, que vende los fines de semana en Sabana de Torres.

- Por no tener plata no voy a dejar de estudiar, ¡ja! – alude con su ceño fruncido. La clave del éxito no está en los que se rinden, sino en los que continúan intentándolo a pesar de… Luego de salir del instituto, se dirige hacia su habitación, que por fortuna, pudo conseguir con muy bajo precio y que con el salario de las clases de música y de las “chucherías” logra suplir. – No es que mis papás se hayan olvidado de mí, simplemente es una necesidad que tengo de trabajar para tratar de recompensar todo lo que han hecho por mí y para independizarme Aunque es pesado porque el cansancio y la exigencia es mucha, no importa, en un país como Colombia la necesidad lo lleva a uno a eso -  me dice mientras se dirige a la cocina a preparar algo de comer.

Un café y un pan son el resultado de su visita a la cocina, vuelve a sentarse en sillón y continúa contándome su rutina – Después de que llego del instituto, busco algo de comer y me pongo a estudiar solfeo que es lo que más duro le da a uno porque es de práctica, de nada más; es más, ahorita que usted se vaya adivine qué es lo que voy a hacer ¿Ah? -. Quizás esté deseando que me vaya, el estar yo ahí implica invertir más tiempo de valioso sueño, por eso me apresuro a investigar la hora normal del término de su jornada; once y treinta de la noche, me responde con un tono añorante en su voz.

¿Quién ha dicho que es fácil realizar los sueños? Quien lo haya dicho es porque no ha empezado a cumplir ninguno de los suyos. Enfrentarse a la vida sin comodines no es más que la oportunidad de desarrollarse a plenitud; gracias a esa falta de ayudas se forja en el ser humano el sentido de la responsabilidad, de la gratitud y del respeto por aquellos que hasta ese momento dieron todo de sí para que sus hijos tuvieran lo mejor. Es, pues, el hecho de conseguir los sueños con esfuerzo, el camino más certero para ser profesionales íntegros, de esos que aman su trabajo, que realmente tienen vocación y dan lo mejor que tienen. Será muy gratificante cuando al término de su carrera, Edward vea sus ilusiones en la atmósfera de la realidad y así pueda creer que lo imposible está en la mente y que ese será apenas el comienzo de una nueva etapa en la que la única manera para alcanzarla es permitiéndose soñar.